Sin
retorno
Pirula
se enteró cinco años después. La lámpara de los sueños dorada y otros objetos
sagrados habían sido robados por el hombre sobre el animal de cuatro patas que
se alejó tan veloz que parecía que tuviera alas. –El animal no era malo-
repetía su hermano Marcillo –Ningún animal es malo, solo el hombre blanco.-
Decía endeble su madre Venea mientras observaba fijamente las estrellas y la
mano inflamada de su hijo mayor -¿Ni siquiera la salamandra amarilla que
toqué?- decía el niño –No, ella solo se protegía- respondía Pirula dándole
suaves caricias en la cabeza. Lo cierto es que perdidos en medio del desierto
poco podían hacer para detener la irritación y la inflamación, pues el niño siendo
tan pequeño podía sufrir terribles consecuencias por causa del veneno del
pequeño animal. Hambrientos y cansados siguieron caminando, puesto que en la
noche no hacía tanto calor. De repente en la lejanía Pirula divisó una figura
de un animal cuadrúpedo con alas enormes y un cuerno ensangrentado en su
frente, mientras colores cálidos centelleaban en el horizonte cada vez con más
fuerza, el animal de pelaje blanco se acercó paulatinamente y entre miradas
fijas y un relincho corto y agudo la hizo comprender; tenía que irse con él,
por su hermano vendría después y para el final dejaría a su madre. Pirula subió
sobre él y este enseguida empezó a correr y elevarse por los aires hasta
llegar, a través de un arcoíris y unas espesas nubes al reino de sueño eterno, donde
la pequeña no sería despojada jamás de sus cosas ni desterrada de su pueblo,
además, el “valle de las tristezas” y la tierra invadida quedarían en el
pasado, pues en este nuevo mundo animales, naturaleza y humanos convivían en
perfecta armonía en vez de crear disparatadas jerarquías, en donde el más
perverso domina sobre el magnánimo.
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