Giros infinitos
Sentada en una de esas ruletas en las que los enamorados
suelen subirse y mientras siguen el monótono curso del juego, se acarician y
acercan sus rostros paulatinamente hasta lograr el roce de sus labios, yo lo
recordaba. Éramos diferentes, girábamos nuestros cubículos vertiginosamente
hasta que el vahído nos hacía detener o yo gritaba algo obsceno y él me miraba
sorprendido al ver desaparecer mi particular tranquilidad, luego a carcajadas
nos burlábamos de mí. Entiendo que ahora me dé inmensa melancolía, pues tanto
en este lugar de giros casi infinitos como en la vida misma, sé que tú no
volverás
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